Rusia está decidida a que ningún organismo internacional tenga libre acceso a sus campos de batalla en Ucrania. La prioridad actual de Moscú es impedir que un equipo de expertos de la Autoridad Internacional de la Energía Atómica visite una enorme central nuclear que está ocupando en el sureste del país. Vladimir Putin está jugando un juego peligroso.
El complejo de Zaporizhzhya, tomado por los rusos en primavera, se encuentra ahora en el centro de una batalla cada vez más intensa entre ambas partes. Desde hace quince días se están produciendo intensos bombardeos. Kiev quiere asegurarse de que la central, que suministraba una quinta parte de la electricidad de Ucrania antes de la guerra, no sea saboteada o reutilizada. Moscú, por el contrario, pretende presentar a Ucrania como un provocador que desea intensificar el conflicto y mantener vivo el interés de Occidente por la causa de Kiev.
Hay muchas formas en las que esto podría salir mal, por accidente o por diseño. Según la Sociedad Nuclear Europea, es poco probable que los misiles atraviesen los diez metros de hormigón que protegen los reactores. Sólo los bombardeos aéreos selectivos, dicen los especialistas, tendrían la posibilidad de atravesar las paredes de los reactores. Probablemente, eso no va a ocurrir. Y, aunque un ataque a las unidades de almacenamiento de combustible podría liberar radiación, el efecto probablemente sólo se sentiría localmente en un radio de 30 kilómetros.
Pero esto es perder el punto. El riesgo es la vulnerabilidad de los sistemas de refrigeración y la posibilidad de que se produzca una fusión del reactor, una versión del desastre de Fukushima de 2011 y no el cataclismo de Chernóbil de 1986, que extendió la lluvia radiactiva por todo el continente. El impacto político sobre Ucrania y el mundo sería el mismo; demostraría la aparente disposición del Kremlin a utilizar la amenaza nuclear de cualquier tipo para rechazar un intento ucraniano de recuperar Crimea. Rusia ya ha amenazado a Kiev con que se enfrentará al Día del Juicio Final si intenta recuperar la península. El discurso es cada vez más apocalíptico.
Putin se resiste al escrutinio internacional en todos los ámbitos. Los investigadores externos de los presuntos crímenes de guerra están bloqueados en la región del Donbás.
La primera tarea, pues, es establecer la seguridad de Zaporizhzhya. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, se ha reunido hoy en Lviv con el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, y han debatido cómo ampliar el transporte de grano desde los puertos ucranianos. También hicieron hincapié en la necesidad de mantener la calma sobre Zaporizhzhya. Un equipo del OIEA está listo para entrar, pero necesita garantías de Rusia de que Moscú no organizará una operación de «falsa bandera» en la planta mientras el equipo inspecciona el extenso emplazamiento en el río Dniéper. Ya se ha informado de que se han colocado explosivos en las salas de turbinas. Ucrania afirma que los cientos de técnicos, que trabajan sin descanso, son en realidad rehenes de unos 500 guardias nacionales y comandantes rusos.
Esa no es forma de gestionar una central nuclear en una zona de guerra. Los soldados ucranianos ya están realizando simulacros de catástrofe nuclear con máscaras de gas y trajes de protección preparándose para lo peor. Todo forma parte de una farsa, dicen los rusos, un truco ucraniano para escenificar un «accidente menor» en caso de que se permita la llegada de los inspectores. Dada la profunda falta de confianza mutua, este enfrentamiento podría durar semanas, si no meses. Cuanto más dure esta guerra desesperada, más se acumulan los riesgos.